Cambio climático

Artículo de Davis Shields, publicado el 2 de junio en el periódico Reforma.

En diciembre pasado, ante la comunidad internacional, el Gobierno de México asumió la meta "aspiracional y voluntaria" de reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en un 50 por ciento en el año 2050 respecto al volumen emitido en el 2000. Esta meta, fijada en la Conferencia sobre el Clima, en Poznan, Polonia, es muy ambiciosa y será difícil cumplirla en un probable escenario de crecimiento económico y demográfico.

¿Cómo hacerlo? Según el Secretario del Medio Ambiente, Juan Rafael Elvira Quesada, las acciones de reducción de emisiones en el sector energético serán una de las claves. Sin embargo, la política energética actual en México -como en la mayoría de los países- es incongruente con este tipo de metas ambientales.

Petróleos Mexicanos pretende construir una nueva refinería y ampliar otras, mientras que la quema de gas en la Sonda de Campeche es una catástrofe ambiental, con elevadísimas emisiones de metano, uno de los GEI que más contribuyen al calentamiento global. En Comisión Federal de Electricidad (CFE) se proyectan más plantas carboeléctricas, mientras que las energías eólica y solar tienen un escaso avance en México en comparación con otros países. El programa de obras de CFE no contempla seriamente el tema de las emisiones. Incluye un estudio que compara el gas, el carbón y la energía nuclear como opciones para la adición de nueva capacidad de generación, pero sólo en términos económicos y sin considerar los factores ambiental, climático y de salud.

Una forma relativa de medir las acciones de México en materia de combate al cambio climático es comparando las reducciones de GEI comprometidas en los Certificados de Reducción de Emisiones (CERs) para proyectos energéticos, verificables bajo el Mecanismo de Desarrollo Limpio del Protocolo de Kioto. A mayo de 2009, México se ha comprometido a hacer reducciones por 141 mil toneladas, mientras que el conjunto de países de América Central y del Caribe -una región con poco más de la mitad de la población que tiene México- lo ha hecho por un millón 536 mil toneladas. Es decir, esos países realizan un esfuerzo muchísimo mayor que México.

Por supuesto, no bastaría que México redujera radicalmente su consumo de hidrocarburos y sus emisiones de GEI, si no lo hacen naciones como China, India, Rusia y Estados Unidos. Pero si México realmente quisiera asumir un liderazgo ante la comunidad mundial en este tema, lo haría no sólo predicando con el ejemplo, sino aplicando una política exterior proactiva, cuyo pilar central sería convocar enérgicamente a todos los países a que sigan nuestro ejemplo. Pero eso no sucede. Hace unas décadas, la política exterior mexicana defendía principios claros y brindaba liderazgo al mundo en temas críticos. Ahora ya no.

Esta semana, al ser anfitrión del Día Mundial del Medio Ambiente, el Gobierno federal organizará un magno evento "neutral en carbono" (¡que lo demuestren!) en Xcaret, Quintana Roo, para promover que en la próxima cumbre sobre cambio climático en Copenhague se lleguen a acuerdos hacia una "recuperación global verde".
Sin embargo, no promueve acciones firmes y progresivas en México para fomentar energías renovables y darles acceso a la red eléctrica, reducir emisiones vehiculares y subsidios a la electricidad, frenar la quema y venteo de gas en Pemex, normar la eficiencia energética en nuevos edificios, cancelar nuevas carboeléctricas e incentivar fiscalmente a quienes emitan menos GEI.

Le haría mucho bien a México, a la autoestima de los mexicanos, que el Gobierno brindara liderazgo al mundo en este tema. Pero lo tendría que hacer con base en acciones, sacrificios y participación ciudadana, no con discursos huecos. Es un futuro posible.