La responsabilidad social corporativa y la sustentabilidad

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Colaboración especial de Daniel Zapata – Consultoría ambiental

El papel de las compañías en la sociedad está claramente en la agenda. Difícilmente pasa algún día sin que aparezcan reportes en los medios sobre la mala conducta de compañías –también de su aportación a la sociedad. Por ello, algunas compañías han tomado el reto de cambiar la manera en la que operan, particularmente en lo que concierne al impacto que pueden llegar a tener sobre el ambiente y la comunidad en la que operan.

Una compañía, de cualquier naturaleza, se podría preguntar: ¿qué impacto tiene mi empresa sobre el medio ambiente y la sociedad? Los temas son muchos y variados: contaminación del aire, agua y tierra, contratación de menores, derechos humanos y del trabajador, cambio climático. El hecho es que hoy en día, ninguna compañía, de cualquier tamaño, se puede dar el lujo de ignorar algunos de estos temas. Alrededor del mundo encontramos ejemplos en donde compañías (e industrias enteras) han sufrido golpes repentinos e imprevistos a causa del entorno que los rodean.

Unas semanas antes de Navidad del 2001, Sony Corporation vivió una pesadilla. El gobierno de Holanda estaba bloqueando todo el cargamento europeo de la consola de juego PlayStation. Eran más de 1.3 millones de cajas que parecía que no se iban a vender durante la gran época navideña. ¿La razón? Se encontró que los cables de los controles de la consola tenían una inaceptable cantidad de cadmio, un elemento tóxico. Sony rápidamente reemplazó los cables afectados e inició una investigación en su cadena de producción que duró 18 meses, significó la inspección de más de 6,000 plantas y resultó en un nuevo sistema de manejo de proveedores. Los costos involucrados en este problema no son exactos pero oscilan entre los $93 y $130 millones de dólares.

En 1995, activistas del grupo ambiental Greenpeace abordaron la plataforma de petróleo del Mar del Norte propiedad de Shell, la cual estaba fuera de operación. Greenpeace estaba inconforme con los planes de Shell de hundir la plataforma a las profundidades del Océano Atlántico del Norte –plan que de hecho tenía mérito científico. Después de todo ¿quién en su sano juicio podría pensar que hundir una plataforma al fondo del océano no tendría impactos ambientales? Los activistas fueron expulsados con cañones de agua y esas imágenes circularon por todo el mundo, enfureciendo a clientes de Shell en Europa. Independientemente de si Greenpeace tuvo la razón o no, el daño ya estaba hecho: en la corte de la opinión pública, Greenpeace ganó el caso y los planes de Shell se desmoronaron.

Por las buenas o por las malas, las compañías han aprendido que hoy existen más factores que considerar en el manejo de una empresa. La pregunta ya no es si vale la pena integrar impactos sociales, ambientales y económicos corporativos a las decisiones de administración; la pregunta es cómo se integran, más si se consideran las presiones adicionales que tienen los administradores para incrementar las ganancias a corto plazo.

Y es así que comienzan a darse a conocer los términos responsabilidad social corporativa (RSC), sustentabilidad corporativa, o sustentabilidad a secas. Las definiciones son muchas, siempre añadiéndose o quitándose elementos dependiendo de quién lo define. La definición de Archie Carroll sobre la responsabilidad social en los negocios “abarca las expectativas económicas, legales, éticas y discrecionales que la sociedad tiene de las organizaciones en un dado punto en el tiempo”. Otras definiciones tratan tan sólo de agrupar las diferentes interpretaciones que se le han dado al término. Matten y Moon (2004) se refieren a la RSC como “un concepto marco que se traslapa con otros conceptos como la ética empresarial, la filantropía corporativa, civismo corporativo, sustentabilidad y responsabilidad ambiental. Es un concepto dinámico y competido que se encuentra inmerso en cada contexto social, político, económico e institucional”.

Finalmente, la sustentabilidad se entiende como el desarrollo económico que satisface las necesidades de la presente generación sin comprometer la habilidad de futuras generaciones de satisfacer sus propias necesidades (Brundtland, 1985). En lo personal, la RSC y la sustentabilidad corporativa se incluyen uno al otro: la RSC no es RSC sin la sustentabilidad y viceversa. Ambos conceptos están íntimamente relacionados. Sin embargo, ya por cuestión de preferencia, me quedo con el de sustentabilidad corporativa, yo creo por mis antecedentes como abogado ambientalista.

En futuras entradas, platicaré de muchos de los elementos que comprenden a la sustentabilidad corporativa. No es una ciencia exacta. Depende de muchos factores, situaciones y contextos que definen su desempeño. Sin embargo, sí existen ciertos comunes denominadores que pueden facilitarle la vida a una compañía que desea adoptar este concepto en sus operaciones diarias. Lo que sí puedo decir desde ahora es que la sustentabilidad corporativa está aquí para quedarse, habiendo ya rebasado su etapa de moda para convertirse en algo relativamente permanente.