Copenhague: no todo está perdido

mi El ministro británico sobre Cambio Climático y Energía, Ed Miliband, todavía cree que el mundo llegará a un acuerdo vinculante y amplio sobre el cambio climático en la cumbre de Copenhague de este diciembre. Las potencias económicas del sudeste asiático ya se dieron por vencidas al respecto, y la clase política mundial va en franca retirada –con Estados Unidos, y en especial sus senadores, firmes en la retaguardia–, pero él, uno de los actores principales del proceso, mantiene la esperanza. En una charla en la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres (LSE), Miliband dejó claro lo que espera ver en Dinamarca y las claves para lograrlo.

“Estoy seguro de que podemos sacar un acuerdo comprehensivo [en la cumbre] que será consistente con lo que dice la ciencia y con la necesidad de mantener el calentamiento global por debajo de los dos grados centígrados”, dijo. El secreto para ello, según él, no está sólo en la innovación económica y tecnológica, sino en una forma innovadora de entender la política.

“Lo que necesitamos es una forma de política que deje atrás la política del ahora y se convierta en la política del bien común”. Esa nueva forma de ejercer el poder y de fijar las metas para las que es instrumento debe ser, según Miliband, una que “vaya más allá de la satisfacción de deseos inmediatos y trate a los ciudadanos como ciudadanos”, que “tenga en su corazón no sólo los intereses del consumidor de hoy, ni siquiera los del ciudadano en el término de su vida, sino que vea por las generaciones futuras y la justicia intergeneracional”, que “reconozca que el interés propio, en un sentido amplio, es un motor poderoso” y que “despierte un sentido de idealismo sobre lo que es justo aquí y en todo el mundo”.

Según Miliband, sólo con esa forma de entender el quehacer político –y precisamente gracias a ella– se podrá lograr un mundo mejor mañana y, en quince días, un acuerdo vinculante que permita que en 50 años todavía haya niños yucatecos, al frenar el aumento del nivel del mar frenando el aumento de las temperaturas.

Otros optimistas

Las últimas semanas han mostrado lo difícil que es para la clase política mundial ponerse de acuerdo para salvar a las próximas generaciones de vivir en un mundo mucho menos generoso que el actual. Sin embargo, hay algunos signos de que no todo está perdido y de que hay una (remota) posibilidad de que Miliband tenga razón en su optimismo.

Se filtró a la prensa que el gobierno de Barack Obama ha encontrado una fórmula que, si bien no es todo lo que el mundo exigía de él y de su país, podría salvar el acuerdo en la capital danesa. Según el diario británico The Observer, el encargado para cambio climático del Departamento de Estado estadunidense, Todd Stern, dijo que “se busca proponer un número provisional que sería plausible dentro de nuestra legislación”.

Según The Observer, esto sería como una donación de sangre para la cumbre –no la salvaría del todo ni cerraría sus heridas, pero la mantendría con vida. “Una meta provisional [de Estados Unidos], si la aceptan otros países, resolvería el problema de Obama. El Senado no habría tenido que pasar una ley doméstica antes de Copenhague, lo que implicaría que, si hace una oferta ahí, todavía podría ser rechazada en Washington. Pero si no hace ninguna oferta, lo más probable es que el acuerdo fracase de cualquier manera, y con él las esperanzas de combatir con rapidez el calentamiento global”.

Antes de eso, el mismo Obama logró sacar algo parecido a un compromiso con China de que ambos tratarán de salvar el acuerdo final en Copenhague. Tras su visita al país asiático –que junto con Estados Unidos emite a la atmósfera el 40% del total de dióxido de carbono que flota en el aire–, él y Hu Jintao, el mandatario comunista, emitieron una declaración conjunta diciendo que su meta en Copenhague “es tratar de lograr no un acuerdo parcial o una declaración política, sino un acuerdo que cubra todos los temas en las negociaciones y que tenga efectos operativos inmediatos”.

En lenguaje llano, lo que esto significa es que ninguno de los dos principales jugadores en la batalla por quién paga por salvar al mundo está dispuesto a sacar la cartera, pero tampoco están dispuestos a dar por muerto el acuerdo.

El futuro tratado de Copenhague agoniza, pero sus males todavía son curables.